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Esto nos lleva a un aspecto crucial: la relación entre el consumo de chorizo y, en general, de embutidos, con una dieta saludable. Al tratarse de proteína animal y carnes procesadas, se recomienda un consumo moderado en el marco de una dieta rica en verduras, frutas, legumbres y cereales integrales.
No se trata de demonizar este componente clásico de la dieta, ya que tiene cualidades nutritivas interesantes, como un alto contenido en proteínas, fósforo, hierro y vitaminas B1, B3 y B12, pero también aporta sustancias menos deseables para nuestro bienestar como un alto contenido en sal y grasas (entre un 25 % y un 40 %, según variedades y calidades, aunque parte de esa grasa no sea saturada).
Mejor calidad que cantidad.
Ahora bien, ¿cuánta moderación? No es fácil precisar la frecuencia. La Sociedad Española de Dietética y Ciencias de la Alimentación (SEDCA) apunta que esa variable depende mucho de cada consumidor. No es lo mismo darse un capricho una o dos veces a la semana, si el resto de la dieta es saludable, que si lo vegetal jamás visita el plato. O si se trata de una persona sedentaria o, por el contrario, de alguien que todos los días hace dos horas de bicicleta.
Abel Mariné, catedrático de Nutrición, suele recordar que, como primera consigna, siempre se ha de primar la calidad a la cantidad; es decir, consumir productos con denominación o identificación geográfica protegida y con el menor contenido posible en grasa, sal y aditivos. Y en cuanto a la cantidad que conviene ingerir, recuerda que no hay un criterio fijo y que este varía según la combinación con otros hábitos saludables.
Para hacer los cálculos es importante conocer el contenido en calorías. Este suele ser siempre alto, aunque cambia en función de la variedad. Hay chorizos que limitan el porcentaje de grasa, por debajo del 23 %, por ejemplo. Podríamos hablar de un arco que va de las 250 kcal cada 100 g a incluso más de 400. ¿Un truco para compensar ese aporte energético? Asarlo aparte y desgrasarlo antes de añadirlo a un guiso o una receta.